CRÓNICAS DE LA POESÍA IV
Aunque
Odín había obtenido así el don de la poesía, raramente lo usaba. Estaba
preservado a su hijo Bragi, el hijo de Gunlod, el convertirse en el dios de la
poesía y la música, y a seducir el mundo con sus cantos. Tan pronto como Bragi
nació en la cueva rodeada de estalactitas en la que Odín se había ganado el
afecto de Gunlod, los enanos se presentaron con un arpa mágica de oro y,
colocándole en uno de sus barcos mágicos, le enviaron al mundo exterior.
Mientras el barco surcaba pausadamente por la oscuridad subterránea y navegaba
a través el umbral de Nain, el reino de los enanos de la muerte, Bragi, el
bello e inmaculado joven dios, que hasta entonces no había mostrado señales de
vida, súbitamente se incorporó y, asiendo el arpa que se encontraba a su lado,
comenzó a entonar la maravillosa canción de la vida, que a veces se elevaba
hasta los cielos, para entonces hundirse en el tenebroso reino de Hel, la diosa
de la muerte. Mientras tocaba, el barco fue arrastrado hasta las aguas
iluminadas por el Sol y pronto llegó hasta tierra firme.
Bragi siguió entonces
a pie, encaminando sus pasos por el raso y silencioso bosque, tocando mientras
caminaba. Al sonido de su hermosa música, los árboles comenzaron a brotar y
florecer y la hierba a sus pies se vio adornada con innumerables flores. Allí
se encontró con Idun, hija de Ivald, la hermosa diosa de la juventud eterna, a
quien los enanos permitían visitar la tierra de cuando en cuando y, en su
presencia, la naturaleza asumía invariablemente su más hermoso y delicado
aspecto. Era de esperar que dos seres como éstos se sintieran atraídos el uno
por el otro y Bragi pronto obtuvo a la bella diosa como esposa.
Juntos
corrieron hasta Asgard, donde fueron cálidamente bienvenidos y donde Odín, tras
trazar runas sobre la lengua de Bragi, decretó que éste debería ser el juglar
celestial y el compositor de las canciones en honor a los dioses y los héroes a
quien él recibía en Valhalla.
FIN
Texto sacado de aquí.