< Relato anterior (muy recomendable leerlo antes)
CRÓNICAS DE LA POESÍA III
Tras
alcanzar el interior de la montaña, Odín volvió a adquirir su apariencia divina
y manto estrellado y entonces se presentó en la cueva de estalactitas ante la
bella Gunlod. Pretendía ganarse su amor como medio para inducirle a concederle
un trago de cada uno de los recipientes confiados a su cuidado.
Conquistada con
su apasionado cortejo, Gunlod consintió convertirse en su esposa y, tras haber
permanecido durante tres días enteros con ella en su guarida, la giganta
extrajo los recipientes de su lugar secreto y le dijo que podía tomar un sorbo
de cada uno de ellos. Odín se aprovechó bien de este permiso y bebió tan
profundamente que vació completamente los tres recipientes. Entonces, tras
haber obtenido lo que quería, salió de la cueva y poniéndose sus plumas de
águila, se elevó hacia el cielo, en dirección a Asgard.
Todavía se encontraba
lejos del reino de los dioses cuando se percató de que alguien le perseguía y,
ciertamente, Suttung, habiendo asumido también la forma de un águila, venía
tras él a gran velocidad, con la intención de forzarle a devolver el hidromiel
robado. Así que Odín voló más y más rápidamente, estirando todos sus nervios
para llegar a Asgard antes de que el enemigo le alcanzara. Mientras se
aproximaba, los dioses observaron inquietos la carrera.
Viendo que Odín sólo
sería capaz de escapar con dificultad, los Ases reunieron rápidamente todos los
materiales combustibles que pudieron encontrar y, mientras volaba sobre las
murallas de su morada, prendieron fuego a la masa de carburante, para que las
llamas chamuscaran las alas de Suttung al seguir persiguiendo al dios, tras lo
cual cayó en el mismo centro del fuego, donde pereció abrasado. Mientras, Odín
voló hasta el lugar donde los dioses habían preparado recipientes para el
aguamiel robado, y vomitó el fluido de inspiración con tanta rapidez que unas
pocas gotas cayeron y fueron dispersadas por la tierra.
Ellas se convirtieron
en la porción de poetas y escritores, reservándose los dioses la mayor parte
del brebaje para consumo propio, concediéndole ocasionalmente un sorbo a algún
mortal al que favorecieran, el cual, inmediatamente después, cobraría fama
mundial por sus inspirados cantos. Ya que los hombres y dioses le debían el
preciado regalo a Odín, ellos nunca dudaban en expresarle su gratitud y no sólo
le llamaban por su nombre, sino que le veneraban como el patrono de la
elocuencia, la poesía y el canto, y de todos los escaldos.
Texto sacado de aquí.
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