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EL TERCER TRABAJO DE HÉRCULES
Euristeo y Hera estaban furiosos al saber que Heracles había
logrado escapar de las garras del León de Nemea y de la hidra de Lerna, por lo
que decidieron pensar en una tarea fatídica para el héroe. La tercera tarea no
implicaba matar a una bestia, ya que quedaba claro que Heracles podía superar a
los oponentes más fieros, por lo que Euristeo le hizo capturar a la hembra del
ciervo de Cerinea, ya que era más rápida que una flecha.
Este mamífero majestuoso tenía pezuñas de bronce y una gran
cornamenta de oro. Era un animal protegido ya que estaba consagrada por parte
de la pléyade Táigete a la diosa de la caza, Artemisa (Diana en Roma). Era una
de las cinco ciervas que la divinidad había intentado capturar en alguna que
otra ocasión para engancharlas a su carro. Ésta, en cambio, había sido la única
que había logrado escapar.
La cierva era un animal extremadamente veloz. Prueba de ello
era que las fechas de el gran Heracles ni siquiera se acercaban a su cuerpo. Al inicio de su búsqueda, Heracles se despertó y pudo ver el destello de las astas de la cierva. Heracles la persiguió durante un año por Grecia, Tracia, Istria y la tierra Hiperbórea. En esta última tierra consiguió encontrarla bebiendo en el río, y le lanzó una red para así apresarla sin derramar su sangre, pues era tan venenosa que podía matar incluso a los inmortales del Olimpo.
Euristeo había dado la tarea de incitar la ira de Artemisa
por la profanación de tan sagrado animal. Cuando volvía con el animal, Heracles
se encontró a Artemisa con su hermano Apolo. Le rogó perdón, explicando que
tuvo que capturarla como parte de su condena, pero que prometía devolverla.
Artemisa le perdonó, evitando el plan de Euristeo para que le castigara, y así Heracles consiguió superar la prueba.