lunes, 20 de junio de 2016

La Sirenita - Hans Christian Andersen


LA SIRENITA

HANS CHRISTIAN ANDERSEN



En el fondo del más azul de los océanos había un maravilloso palacio en el cual habitaba el Rey del Mar, un viejo y sabio tritón que tenía una abundante barba blanca. Vivía en esta espléndida mansión de coral multicolor y de conchas preciosas, junto a sus hijas, cinco bellísimas sirenas.

La Sirenita, la más joven, además de ser la más bella poseía una voz maravillosa; cuando cantaba acompañándose con el arpa, los peces acudían de todas partes para escucharla, las conchas se abrían, mostrando sus perlas, y las medusas al oírla dejaban de flotar.

La pequeña sirena casi siempre estaba cantando, y cada vez que lo hacía levantaba la vista buscando la débil luz del sol, que a duras penas se filtraba a través de las aguas profundas.

-¡Oh! ¡Cuánto me gustaría salir a la superficie para ver por fin el cielo que todos dicen que es tan bonito, y escuchar la voz de los hombres y oler el perfume de las flores!

-Todavía eres demasiado joven -respondió la abuela-. Dentro de unos años, cuando tengas quince, el rey te dará permiso para subir a la superficie, como a tus hermanas.

La Sirenita soñaba con el mundo de los hombres, el cual conocía a través de los relatos de sus hermanas, a quienes interrogaba durante horas para satisfacer su inagotable curiosidad cada vez que volvían de la superficie. En este tiempo, mientras esperaba salir a la superficie para conocer el universo ignorado, se ocupaba de su maravilloso jardín adornado con flores marítimas. Los caballitos de mar le hacían compañía y los delfines se le acercaban para jugar con ella; únicamente las estrellas de mar, quisquillosas, no respondían a su llamada.

Por fin llegó el cumpleaños tan esperado y, durante toda la noche precedente, no consiguió dormir. A la mañana siguiente el padre la llamó y, al acariciarle sus largos y rubios cabellos, vio esculpida en su hombro una hermosísima flor.

-¡Bien, ya puedes salir a respirar el aire y ver el cielo! ¡Pero recuerda que el mundo de arriba no es el nuestro, sólo podemos admirarlo! Somos hijos del mar y no tenemos alma como los hombres. Sé prudente y no te acerques a ellos. ¡Sólo te traerían desgracias!

Apenas su padre terminó de hablar, La Sirenita le di un beso y se dirigió hacia la superficie, deslizándose ligera. Se sentía tan veloz que ni siquiera los peces conseguían alcanzarla. De repente emergió del agua. ¡Qué fascinante! Veía por primera vez el cielo azul y las primeras estrellas centelleantes al anochecer. El sol, que ya se había puesto en el horizonte, había dejado sobre las olas un reflejo dorado que se diluía lentamente. Las gaviotas revoloteaban por encima de La Sirenita y dejaban oír sus alegres graznidos de bienvenida.

 

-¡Qué hermoso es todo! -exclamó feliz, dando palmadas.

Pero su asombro y admiración aumentaron todavía: una nave se acercaba despacio al escollo donde estaba La Sirenita. Los marinos echaron el ancla, y la nave, así amarrada, se balanceó sobre la superficie del mar en calma. La Sirenita escuchaba sus voces y comentarios. “¡Cómo me gustaría hablar con ellos!", pensó. Pero al decirlo, miró su larga cola cimbreante, que tenía en lugar de piernas, y se sintió acongojada: “¡Jamás seré como ellos!”

A bordo parecía que todos estuviesen poseídos por una extraña animación y, al cabo de poco, la noche se llenó de vítores: “¡Viva nuestro capitán! ¡Vivan sus veinte años!” La pequeña sirena, atónita y extasiada, había descubierto mientras tanto al joven al que iba dirigido todo aquel alborozo. Alto, moreno, de porte real, sonreía feliz. La Sirenita no podía dejar de mirarlo y una extraña sensación de alegría y sufrimiento al mismo tiempo, que nunca había sentido con anterioridad, le oprimió el corazón.

La fiesta seguía a bordo, pero el mar se encrespaba cada vez más. La Sirenita se dio cuenta en seguida del peligro que corrían aquellos hombres: un viento helado y repentino agitó las olas, el cielo entintado de negro se desgarró con relámpagos amenazantes y una terrible borrasca sorprendió a la nave desprevenida.

-¡Cuidado! ¡El mar...! -en vano la Sirenita gritó y gritó.

Pero sus gritos, silenciados por el rumor del viento, no fueron oídos, y las olas, cada vez más altas, sacudieron con fuerza la nave. Después, bajo los gritos desesperados de los marineros, la arboladura y las velas se abatieron sobre cubierta, y con un siniestro fragor el barco se hundió. La Sirenita, que momentos antes había visto cómo el joven capitán caía al mar, se puso a nadar para socorrerlo. Lo buscó inútilmente durante mucho rato entre las olas gigantescas. Había casi renunciado, cuando de improviso, milagrosamente, lo vio sobre la cresta blanca de una ola cercana y, de golpe, lo tuvo en sus brazos.

El joven estaba inconsciente, mientras la Sirenita, nadando con todas sus fuerzas, lo sostenía para rescatarlo de una muerte segura. Lo sostuvo hasta que la tempestad amainó. Al alba, que despuntaba sobre un mar todavía lívido, la Sirenita se sintió feliz al acercarse a tierra y poder depositar el cuerpo del joven sobre la arena de la playa. Al no poder andar, permaneció mucho tiempo a su lado con la cola lamiendo el agua, frotando las manos del joven y dándole calor con su cuerpo.

Hasta que un murmullo de voces que se aproximaban la obligaron a buscar refugio en el mar.

-¡Corran! ¡Corran! -gritaba una dama de forma atolondrada- ¡Hay un hombre en la playa! ¡Está vivo! ¡Pobrecito...! ¡Ha sido la tormenta...! ¡Llevémoslo al castillo! ¡No! ¡No! Es mejor pedir ayuda...

La primera cosa que vio el joven al recobrar el conocimiento, fue el hermoso semblante de la más joven de las tres damas.

-¡Gracias por haberme salvado! -le susurró a la bella desconocida.

La Sirenita, desde el agua, vio que el hombre al que había salvado se dirigía hacia el castillo, ignorante de que fuese ella, y no la otra, quien lo había salvado.

Pausadamente nadó hacia el mar abierto; sabía que, en aquella playa, detrás suyo, había dejado algo de lo que nunca hubiera querido separarse. ¡Oh! ¡Qué maravillosas habían sido las horas transcurridas durante la tormenta teniendo al joven entre sus brazos!


Cuando llegó a la mansión paterna, la Sirenita empezó su relato, pero de pronto sintió un nudo en la garganta y, echándose a llorar, se refugió en su habitación. Días y más días permaneció encerrada sin querer ver a nadie, rehusando incluso hasta los alimentos. Sabía que su amor por el joven capitán era un amor sin esperanza, porque ella, la Sirenita, nunca podría casarse con un hombre.

Sólo la Hechicera de los Abismos podía socorrerla. Pero, ¿a qué precio? A pesar de todo decidió consultarla.

-¡...por consiguiente, quieres deshacerte de tu cola de pez! Y supongo que querrás dos piernas. ¡De acuerdo! Pero deberás sufrir atrozmente y, cada vez que pongas los pies en el suelo sentirás un terrible dolor.

-¡No me importa -respondió la Sirenita con lágrimas en los ojos- a condición de que pueda volver con él!

¡No he terminado todavía! -dijo la vieja-. ¡Deberás darme tu hermosa voz y te quedarás muda para siempre! Pero recuerda: si el hombre que amas se casa con otra, tu cuerpo desaparecerá en el agua como la espuma de una ola.

-¡Acepto! -dijo por último la Sirenita y, sin dudar un instante, le pidió el frasco que contenía la poción prodigiosa. Se dirigió a la playa y, en las proximidades de su mansión, emergió a la superficie; se arrastró a duras penas por la orilla y se bebió la pócima de la hechicera.

Inmediatamente, un fuerte dolor le hizo perder el conocimiento y cuando volvió en sí, vio a su lado, como entre brumas, aquel semblante tan querido sonriéndole. El príncipe allí la encontró y, recordando que también él fue un náufrago, cubrió tiernamente con su capa aquel cuerpo que el mar había traído.

-No temas -le dijo de repente-. Estás a salvo. ¿De dónde vienes?

Pero la Sirenita, a la que la bruja dejó muda, no pudo responderle.

-Te llevaré al castillo y te curaré.

Durante los días siguientes, para la Sirenita empezó una nueva vida: llevaba maravillosos vestidos y acompañaba al príncipe en sus paseos. Una noche fue invitada al baile que daba la corte, pero tal y como había predicho la bruja, cada paso, cada movimiento de las piernas le producía atroces dolores como premio de poder vivir junto a su amado. Aunque no pudiese responder con palabras a las atenciones del príncipe, éste le tenía afecto y la colmaba de gentilezas. Sin embargo, el joven tenía en su corazón a la desconocida dama que había visto cuando fue rescatado después del naufragio.


Desde entonces no la había visto más porque, después de ser salvado, la desconocida dama tuvo que partir de inmediato a su país. Cuando estaba con la Sirenita, el príncipe le profesaba a ésta un sincero afecto, pero no desaparecía la otra de su pensamiento. Y la pequeña sirena, que se daba cuenta de que no era ella la predilecta del joven, sufría aún más. Por las noches, la Sirenita dejaba a escondidas el castillo para ir a llorar junto a la playa.

Pero el destino le reservaba otra sorpresa. Un día, desde lo alto del torreón del castillo, fue avistada una gran nave que se acercaba al puerto, y el príncipe decidió ir a recibirla acompañado de la Sirenita.

La desconocida que el príncipe llevaba en el corazón bajó del barco y, al verla, el joven corrió feliz a su encuentro. La Sirenita, petrificada, sintió un agudo dolor en el corazón. En aquel momento supo que perdería a su príncipe para siempre. La desconocida dama fue pedida en matrimonio por el príncipe enamorado, y la dama lo aceptó con agrado, puesto que ella también estaba enamorada. Al cabo de unos días de celebrarse la boda, los esposos fueron invitados a hacer un viaje por mar en la gran nave que estaba amarrada todavía en el puerto. La Sirenita también subió a bordo con ellos, y el viaje dio comienzo.


Al caer la noche, la Sirenita, angustiada por haber perdido para siempre a su amado, subió a cubierta. Recordando la profecía de la hechicera, estaba dispuesta a sacrificar su vida y a desaparecer en el mar. Procedente del mar, escuchó la llamada de sus hermanas:

-¡Sirenita! ¡Sirenita! ¡Somos nosotras, tus hermanas! ¡Mira! ¿Ves este puñal? Es un puñal mágico que hemos obtenido de la bruja a cambio de nuestros cabellos. ¡Tómalo y, antes de que amanezca, mata al príncipe! Si lo haces, podrás volver a ser una sirenita como antes y olvidarás todas tus penas.

Como en un sueño, la Sirenita, sujetando el puñal, se dirigió hacia el camarote de los esposos. Mas cuando vio el semblante del príncipe durmiendo, le dio un beso furtivo y subió de nuevo a cubierta. Cuando ya amanecía, arrojó el arma al mar, dirigió una última mirada al mundo que dejaba y se lanzó entre las olas, dispuesta a desaparecer y volverse espuma.

Cuando el sol despuntaba en el horizonte, lanzó un rayo amarillento sobre el mar y, la Sirenita, desde las aguas heladas, se volvió para ver la luz por última vez. Pero de improviso, como por encanto, una fuerza misteriosa la arrancó del agua y la transportó hacia lo más alto del cielo. Las nubes se teñían de rosa y el mar rugía con la primera brisa de la mañana, cuando la pequeña sirena oyó cuchichear en medio de un sonido de campanillas:

-¡Sirenita! ¡Sirenita! ¡Ven con nosotras!

-¿Quiénes son? -murmuró la muchacha, dándose cuenta de que había recobrado la voz-. ¿Dónde están?

-Estás con nosotras en el cielo. Somos las hadas del viento. No tenemos alma como los hombres, pero es nuestro deber ayudar a quienes hayan demostrado buena voluntad hacia ellos.

La Sirenita, conmovida, miró hacia abajo, hacia el mar en el que navegaba el barco del príncipe, y notó que los ojos se le llenaban de lágrimas, mientras las hadas le susurraban:

-¡Fíjate! Las flores de la tierra esperan que nuestras lágrimas se transformen en rocío de la mañana. ¡Ven con nosotras! Volemos hacia los países cálidos, donde el aire mata a los hombres, para llevar ahí un viento fresco. Por donde pasemos llevaremos socorros y consuelos, y cuando hayamos hecho el bien durante trescientos años, recibiremos un alma inmortal y podremos participar de la eterna felicidad de los hombres -le decían.

-¡Tú has hecho con tu corazón los mismos esfuerzos que nosotras, has sufrido y salido victoriosa de tus pruebas y te has elevado hasta el mundo de los espíritus del aire, donde no depende más que de ti conquistar un alma inmortal por tus buenas acciones! -le dijeron.

Y la Sirenita, levantando los brazos al cielo, lloró por primera vez.

Oyéronse de nuevo en el buque los cantos de alegría: vio al Príncipe y a su linda esposa mirar con melancolía la espuma juguetona de las olas. La Sirenita, en estado invisible, abrazó a la esposa del Príncipe, envió una sonrisa al esposo, y en seguida subió con las demás hijas del viento envuelta en una nube color de rosa que se elevó hasta el cielo.



FIN

Idunn y las manzanas de oro - Mitología Nórdica


IDUNN Y LAS MANZANAS DE ORO





Aviso: las aclaraciones en rojo son para explicar quiénes son los diferentes dioses u otras palabras mitológicas, si ya los conoces ignóralas

Existe un mito que afirma que Idunn, (diosa de la eternidad y la juventud) la esposa de Bragi (dios de la poesía y los cantos) guarda una misteriosa caja de "Manzanas de Oro"que conceden juventud y vida eterna a aquel que las coma. Idunn es una vanir (fuerza de la naturaleza) por su relación con la fertilidad, la vida y la muerte.

A diferencias de otras religiones politeístas, en la mitología nórdica los dioses no eran inmortales, sino que necesitaban comer dichas manzanas para prolongar su vida eterna hasta la llegada del Ragnarök (el día del fin del mundo). Cuando un Æsir (dioses guerreros) se sentía envejecer comía una de las manzanas de Idunn y recuperaba la juventud.

Un día los dioses Odín (padre de todos, dios de la sabiduría)Loki (dios del engaño) y Hœnir (gran líder, guerrero) un día emprendieron un viaje a través de montañas y tierras salvajes hasta que necesitaron detenerse por comida. En un valle vieron una manada de bueyes, cazaron uno y se dispusieron a cocinarlo en un horno en la tierra, pero pronto vieron que no se cocinaba. Mientras intentaban determinar la razón de esto, escucharon a alguien hablando en el roble, encima de ellos, diciendo que él era el responsable de que la carne no se cocinara.

Miraron hacia arriba y vieron a Thiazi (gigante de escarcha) bajo la forma de un gran águila y les dijo que si le dejaban comer del buey, él haría que el horno cocinase su comida. Aceptaron y bajó del árbol, comenzó a devorar gran cantidad de comida. Comía tanto que molestó a Loki, quien tomó su largo bastón e intentó golpearlo, pero el arma se pegó al cuerpo de Thiazi y levantó vuelo llevando a Loki consigo. Mientras volaba sobre la tierra, Loki gritaba y rogaba que le permitiera bajar, ya que sus piernas golpeaban contra los árboles y las piedras, a lo cual Thiazi prometió bajarlo con la condición de que atrajera a Idunn fuera del Asgard (ciudad de los Aesir) con sus manzanas de la juventud; lo cual Loki prometió hacer.

Thiazi impide a los Æsir de hervir comida en esta ilustración de un manuscrito islandés del Siglo XVIII.


Luego en el momento acordado, Loki atrajo a Idunn fuera del Asgard, a un bosque, diciéndole que había encontrado unas manzanas que ella debería tener, y que debía llevar sus manzanas para compararlas. Entonces Thiazi apareció bajo la forma de un águila, tomó a Idunn y voló lejos con ella hasta su reino, Þrymheim, ubicado en Jötunheim (reino de los gigantes).

Los dioses privados de las manzanas de Idunn comenzaron a envejecer. Cuando se enteraron que la última vez que fue vista Idunn había sido en las afueras del Asgard y con Loki, lo amenazaron con torturarlo y matarlo si no iba a rescatarla. Loki tomó prestado el abrigo mágico de Freyja (diosa del amor, la belleza y la fertilidad), el cual le permitiría tomar la forma de un halcón; luego voló hacia Jotunheim hasta que encontró la residencia de Thiazi. Encontró a Idunn sola, mientras el gigante se encontraba en un bote en el mar, Loki la transformó en una nuez y la llevó de regreso volando tan rápido como pudo.

Cuando Thiazi regresó a su casa y descubrió que se había ido, tomó su forma de águila y voló detrás de Loki. Cuando los dioses vieron a Loki que volaba hacia ellos y Thiazi que iba justo detrás, encendieron una hoguera que quemó las alas del último y causó que cayera al piso, donde fue atacado y murió.

La hija de Thiazi, Skaði, se puso su equipo de guerra y fue al Asgard a buscar venganza, pero los dioses le ofrecieron su expiación y compensación, hasta que su ira estuviera apaciguada. Se le dio como esposo a Njörðr (vanir, dios de la navegación) y como mayor compensación Odín tomó los ojos de Thiazi y los colocó como estrellas en el cielo.


Información sacada de aquíaquí y cosas que yo ya sabía.

El mito de Osiris - Mitología Egipcia


EL MITO DE OSIRIS - EL ORIGEN DE LAS MOMIAS



Aviso: las aclaraciones en rojo son para explicar quiénes son los diferentes dioses, si ya los  conoces ignóralas


  Osiris (dios de la resurección) era de los cuatro hijos de Geb (dios creador) y Nut (diosa del cielo)el más sabio y también el más querido por enseñar a la gente a cultivar la tierra, a venerar a los dioses y a obedecer la ley. Estaba casado con su hermana Isis (diosa madre) y de su unión nació Horus (dios celeste).

  Otro de los cuatro hermanos, Seth (dios de las tinieblas), que odiaba a Osiris y envidiaba su cargo, reunió algunos hombres y se puso a idear un plan. Tomó medidas de su hermano mientras este dormía y ordenó hacer un magnifico sarcófago que se ajustase a las medidas tomadas.

  Después, en una gran fiesta a la que acudirían todos los dioses, Seth mandó sacar el sarcófago, que como él esperaba llenó a todos de admiración por su belleza y buen gusto. Ofreció regalarlo a quien por sus medidas le sirviera. El último en probarlo fue Osiris, y en cuanto estuvo dentro del sarcófago, este fue cerrado, sellado con cobre fundido y tirado a las aguas del Nilo por los hombres de Seth. La corriente del río empujó el arcón hasta la costa del Líbano.

  Isis aconsejada por Toth (dios de la sabiduría) dejó al pequeño Horus en Buto al cuidado de la diosa tutelar y emprendió camino hacia el delta bajo la forma de un ave con el fin de ocultarse de Seth y encontrar a Osiris.

  Durante su difícil camino, Isis seguía cualquier pista que pudiese conducirla hasta Osiris y así, más allá del Nilo, ya fuera de Egipto, decidió hacerse pasar por criada en el palacio de Byblos con la intención de encontrar un árbol muy especial del que había oído hablar. Al fin lo descubrió, el sarcófago había sido llevado por las aguas hasta una orilla en la que un pequeño árbol, al darse cuenta de la divinidad del ocupante, comenzó a crecer para proteger con sus ramas el preciado sarcófago. Y el rey de Byblos por su parte, al descubrir tan esplendido árbol, ordenó llevarlo a palacio.

  Inmediatamente Isis recuperó su apariencia de diosa tras al comprobar que el cuerpo de su esposo estaba sin vida y llorar su muerte sacó el sarcófago del tronco para llevarlo a Egipto, donde Osiris descansaría en tierra sagrada.

  Una vez en Egipto, Isis dejó el sarcófago en las marismas del delta, con la intención de ir a Buto a ver a su pequeño. En el camino una voz le anunció que Seth había encontrado a Osiris por casualidad en las marismas donde ella lo había escondido y en un acceso de ira lo había destrozado y había desperdigado los pedazos de su cuerpo por todo Egipto. Seth pensaba que ya nadie encontraría a Osiris, pero subestimaba la determinación de Iris.

  Isis debía encontrarlo antes de volver con su hijo. En su búsqueda, esta vez acompañada por su hermana Neftis (diosa de la muerte), iba dando sepultura a cada parte del cuerpo de su esposo que encontraba y los hombres construirían templos más tarde en cada uno de esos lugares.

  Y así, la Vida y la Muerte (Isis y Neftis) viajaron en busca de la Resurección (Osiris).

  La ciudad de Bubastis, se construiría donde fue enterrada su columna vertebral. Cuando, más al sur, en Abydos, Isis encontró la cabeza de Osiris, se pudieron llevar a cabo las honras fúnebres que le permitirían comenzar su viaje a la inmortalidad.

  Cuando hubo encontrado todas las piezas las recogió de nuevo y con ayuda de Anubis (dios de los muertos) recompuso su cuerpo y lo vendó por completo, creando así la primera momia. Toth recitó unos conjuros y le devolvió la vida a a Osiris, que renació como Rey de los Muertos.

  Rápidamente Isis se dirigió de nuevo a Buto para encargarse de la educación de Horus, que una noche mientras dormía, y a pesar de la protección de la diosa tutelar, fue picado por un escorpión y murió. Isis destrozada pidió ayuda a Ra (dios del sol) y este mandó a Toth a devolverle la vida al pequeño.

  Los dos continuaron viviendo en Buto, donde nadie sabía de su origen divino, y allí fue donde Horus creció preparándose para el día en que vengaría la muerte de su padre y reclamaría su corona real.

  Al llegar el momento, como Set también reclamaba la corona, era la Enéada (grupo de nueve dioses) la que debía decidir. Los dioses, después de mucho tiempo deliberando, de escuchar las dos partes y el consejo de Neith (diosa de la guerra) la madre divina, pensaron en dar a Horus la corona de su padre, pero Atum-Ra (dios solar) que presidía el tribunal dudó de Horus por su juventud. Así que años después, el juicio continuaba con los argumentos y las épicas luchas cuerpo a cuerpo entre los oponentes, en las que Seth fue mutilado y Horus perdió un ojo. Hathor (diosa del amor) le reemplazó su ojo por uno mágico y a partir de entonces el Ojo de Horus se convirtió en símbolo de curación.

Ojo de Horus en el templo de Dendera, Egipto.


  Toth curó sus heridas y decidió que la solución era contactar con Osiris en el país de los muertos, donde reinaba, para que este les ayudase a decidir.

  La respuesta de Osiris, reprochando a los dioses por el mal trato dado a su hijo e increpándoles a actuar con justicia entregándole la corona, puso fin al pleito.


  Horus fue coronado como merecía, con la corona blanca como símbolo de soberanía sobre todo Egipto y con el disco de oro que simbolizaba su victoria sobre Seth. Nada más convertirse en faraón desterró a Seth, convirtiéndolo en el dios de los desiertos, las tormentas, y las tierras extranjeras.

El origen de Aries - Mitología Griega


  LA 

LEYENDA DEL VELLOCINO DE ORO - ARIES



Aviso: las aclaraciones en rojo son para explicar quiénes son los diferentes dioses, si ya los  conoces ignóralas

Cuenta la leyenda que hace mucho mucho tiempo existió un rey llamado Atamante, que gobernaba en las tierras de Beocia. Este rey desposó a Nephele (diosa de las nubes), pero, conforme pasaban los años fue perdiendo el interés por su esposa, lo que hizo que se volviera a casar.

Su nueva mujer, Ino, no tardó en ver a los hijos que Atamante había tenido con Nefele (en especial a Frixo) como una ofensa a los suyos propios, por lo que tramó un plan para deshacerse del muchacho. A escondidas quemó los almacenes de grano de trigo guardados para la siembra de primavera. Como consecuencia la cosecha siguiente fue mala. Ante esta situación, Atamante envió un mensajero a consultar el Óraculo de Delfos, pero Ino ya había sobornado al emisario consiguiendo que dijera que se requería el sacrificio del joven Frixo para que el trigo volviera a crecer.

Cuando Frixo ya se encontraba preparado para el sacrificio, Hermes (dios mensajero) hizo caso a los ruegos desesperados de la verdadera madre del muchacho, Nephele interviniendo y mandando un carnero dorado, con alas y la capacidad de hablar que rescató al  niño del altar y se llevó también a la hermana de este, Hele. Sin embargo, el destino quiso que cuando se encontraban cruzando el estrecho que separa Europa de Asia, Hele cayera al mar. Desde entonces el estrecho recibe el nombre de Helesponto ("el mar de Hele") en su honor.


Frixo y Hele: ilustración de un libro de 1902 en la que se
 reproduce un fresco de Pompeya datado entre el 45 y el 79 d. C.


El carnero llevó a Frixo al lejano país de la Cólquida, situado a orillas del Mar Negro. Una vez allí el rey de la Cólquida, Eetes lo acogió y le concedió el matrimonio con su hija Calcíope. Contento por el giro que había dado su vida, Frixo se percató que no tenía nada que ofrecer como agradecimiento a su nuevo suegro, por lo que decidió sacrificar el carnero en honor a Zeus (dios de los dioses), quien supo apreciar el valor del animal y decidió colocarlo entre las estrellas, haciendo nacer así la constelación que hoy conocemos como Aries.

La piel del carnero (el Vellocino de Oro) Frixo se la entregó a Eetes, quién la guardó dentro de un bosque en honor a Ares (dios de la guerra) custodiado por un dragón y rodeado de campos donde pastan enormes toros salvajes. El Vellocino permaneció allí hasta que fue robado por Jasón.

Se dice que esta constelación brilla poco debido a que todo su brillo se quedó junto al Vellocino de Oro.