Erídano
El mito de Faetón y Helios nos cuenta la historia del carro
del dios Sol. Un día uno de los hijos del Sol, Faetón, visitó a su padre
Helios, el Sol, que estaba en el palacio sentado en su trono rodeado por sus
colaboradores: el día, el mes, el año, la centuria, las horas, la primavera, el
verano, el otoño y el invierno.
El padre Sol, que brillaba en todo su esplendor, quiso saber
el motivo de su visita. Faetón dudaba de su paternidad porque sus amigos se reían de
él y le decían que no era el hijo de Helios, pero el Sol no sólo le aseguró que
era hijo suyo y de la ninfa Climena, su madre, sino que quiso probárselo
concediéndole un deseo.
Faetón le dijo a su padre que su deseo era hacer lo mismo
que hacía él todas las mañanas, conducir su carro de fuego a través de los
cielos; pero el Sol le replicó que ese era el único deseo que no podía cumplir
porque ese viaje era muy peligroso para él.
Faetón insistió diciéndole que si era realmente su hijo
podía hacer lo mismo que hacía él. Mientras tanto el paso de las horas hacía cada vez más
urgente la decisión del Sol, ya que faltaba muy poco para que llegase la diosa
Aurora para dar paso a su carro de fuego.
La luna ya había desaparecido en el horizonte y las
estrellas se habían apagado cuando Helios y Faetón salieron en busca del
fantástico carro que brillaba en todo su esplendor.
Antes que el dios Sol tomara la decisión, Faetón saltó sobre
el carro y se acomodó en él para partir.
Viendo que era inútil tratar de convencerlo y mientras
trataba de protegerle el rostro del calor con un ungüento mágico y le colocaba
una corona con sus rayos, las diosas de las Horas le acomodaban los arneses de
oro.
Helios no cesaba de hacerle recomendaciones antes de partir;
debía mantenerse siempre en el medio, ni muy alto ni muy bajo y seguir el mismo
rumbo cotidiano que él recorría en forma cotidiana. Le aconsejó que mantuviera firme las riendas y que no
abusara del látigo y que se cuidara de los peligros que pudieran acecharlo;
pero antes de que pudiera continuar Faetón partió y los alados corceles lo
llevaron hacia lo alto perdiéndose en los cielos e iniciando el camino del
nuevo día.
Pero el carro se movía demasiado y los caballos se
asustaron, corrieron más velozmente e impidieron a Faetón detenerlos; y antes
que pudiera intentar nada, perdió el rumbo.
Al perder la ruta cotidiana, el Sol de la corona de Faetón
comenzó a calentar las constelaciones y se fue alejando cada vez más de la
Tierra. Faetón entró en pánico y perdió el control abandonado las
riendas de sus caballos, los que siguieron su desenfrenada carrera transitando
por lugares donde nunca antes habían estado, chocando con cuerpos celestes y
provocando un verdadero caos cósmico. La Tierra, la Luna y el Cielo se cubrieron de llamas
ardientes y todos los habitantes del planeta trataban de salvarse del incendio. Cuando se acercó demasiado a la Tierra provocó los desiertos y las distintas tonalidades de piel.
El dios Júpiter se estremeció cuando vio a la Madre Tierra
agonizando y envió un rayo salvador que destrozó el carro de fuego y apagó el
incendio. Faetón cayó en el río Erídano desde los cielos en llamas y las
ninfas del agua rescataron su cuerpo, sepultando a quien había osado igualar al
Sol.
Helios apesadumbrado por la muerte de su hijo se negó a
salir con su carro de oro dejando en penumbras a la Tierra hasta que Júpiter lo
convenció de volver a calentar el mundo con sus rayos.
Sollozando tomó firmemente las riendas de su fabuloso carro
de fuego y se lanzó hacia el cielo azul.
En recuerdo del caído Faetón Zeus colocó en el cielo una nueva constelación, Erídano. Que puede hacer referencia al recorrido del carro o al río en el que cayó.