Hace cientos de años, en tierras que pertenecen en
la actualidad a la provincia argentina de Catamarca, las tribus de los huasanes
y de los mallis vivían en guerra permanente.
Un día, la hija del cacique de los huasanes, llamada
Munaylla, que en lengua quechua significa <hermosa>, conoció por
casualidad al hijo del gran jefe de los mallis, Pumahima, nombre que quiere
decir <valiente>.
Desde el primer momento Munaylla y Pumahima se
enamoraron, pero no se atrevieron a confesárselo a sus mayores.
En uno de sus encuentros a escondidas, el joven le
propuso a la muchacha:
-¿Por qué no nos vamos a algún lugar donde no puedan
encontrarnos? Será la única forma de estar juntos y felices.
Munaylla estuvo de acuerdo y una madrugada los dos
jóvenes abandonaron sus hogares y se pusieron a andar sin rumbo fijo.
Durante el día se escondían en las cuevas y por la
noche seguían caminando hasta desfallecer, y así estuvieron 4 días, pero al 5º
día oyeron las voces de sus perseguidores. Para evitar que los encontraran,
Pumahima rogó a su dios, Pachacámac, y este les ayudó convirtiendo a Pumahima
en una planta alta, recta, verde y con espinas, un cactus. Munaylla se cobijó
en un capullo de flor bastante espacioso.
Los perseguidores pasaron de largo sin fijarse en el
gran cactus, que en realidad era el hijo del jefe de los mallis, Pumahima.
Los enamorados pidieron a su dios que les dejara con
esa forma para siempre y que no les volviera humanos.
Meses más tarde llegó la primavera y una preciosa
flor asomó del cactus. Era Munaylla.
Desde ese momento, el cactus Pumahima defiende con
las espinas de su cuerpo vegetal a su amada, que ahora era una flor, la flor
que florecía en él para respirar aire y ver el cielo cada primavera.
Así nació esta historia, la leyenda de la flor del
cactus.
Texto sacado de aquí.